Caperucita y los lobos
Había una vez una muchacha que caminaba por una carretera de montaña a las dos de la madrugada, sola y con la luna llena como única fuente de luz. Al menos hasta que los faros de aquella furgoneta oscura la deslumbraron por la espalda. El vehículo empezó a aminorar la velocidad y la mujer que la conducía bajó la ventanilla y se dirigió a la muchacha. —¿Necesitas que te llevemos, cariño? —Red, no cariño —le contestó la jovencita metiéndose las manos en los bolsillos de la sudadera—. Y no hace falta, vivo cerca. La furgoneta aceleró y derrapó frente a ella, cerrándole el paso. Un segundo después, una sombra abrió la puerta lateral, la agarró de un brazo y la arrastró dentro mientras ella pataleaba y gritaba desesperada. Los gritos siguieron llegando de la parte de atrás hasta el asiento del conductor, que empezó a sonreír. —¿Te estás divirtiendo sin mí, cariño? —Ya te he dicho que me llamo Red—contestó la muchacha con una ligera risa en la vo